Afrontar conductas de riesgo en la adolescencia es una cuestión que puede propiciarse si conocemos el origen de estos comportamientos y practicamos ciertas pautas al relacionarnos con nuestros jóvenes.
Una de las características psicosociales de los adolescentes que se relacionan con los trastornos de conducta es la mayor asunción de conductas de riesgo y comportamiento impulsivo.
Se denominan así aquellas conductas que conllevan una excitación fisiológica placentera inmediata pero que se asocian a probables resultados indeseables, como por ejemplo: la conducción temeraria, el consumo de sustancias, el comportamiento antisocial como robar en grandes almacenes o el mantenimiento de relaciones sexuales sin usar métodos anticonceptivos.
Las conductas de riesgo en la adolescencia
En todas estas conductas de riesgo el sujeto debe decidir si se implica o no en un comportamiento con una recompensa o sensación placentera inmediata pero del que probablemente se derivan consecuencias negativas o un claro riesgo para su salud o seguridad.
Este tipo de conductas suelen emerger, aumentar y tocar techo a lo largo de la adolescencia para disminuir claramente durante la adultez temprana.
Para explicar esta asunción de conductas de riesgo en la adolescencia se han citado razones de carácter cognitivo, por ejemplo la tendencia del adolescente a considerarse invulnerable, y sus limitaciones para el razonamiento probabilístico que le lleva a una infravaloración del peligro derivado de su implicación en conductas arriesgadas.
Esta forma de pensar suele verse reforzada por los compañeros que suelen mostrar estilos cognitivos similares, y que van a admirar a aquellos chicos y chicas que asumen más riesgos, por lo que la presión del grupo de iguales va a ejercer en muchos casos una influencia decisiva.
Además de estas diferenciaciones cognitivas, las actuales investigaciones neurológicas corroboran estas diferenciaciones a nivel biológico y así, por ejemplo, se ha demostrado que el córtex prefrontal, que tiene un papel destacado en la planificación de acciones, la toma de decisiones y la autorregulación del comportamiento se encuentra aún inmaduro al comienzo de la adolescencia, ya que hasta final de esa etapa o la adultez temprana no alcanzará su madurez definitiva.
Unido a esa inmadurez del córtex prefrontal aparece el hecho de que el sistema mesolímbico, relacionado con la motivación y la recompensa, que se activa como consecuencia de la implicación del sujeto en actividades recompensantes, y motiva al sujeto a la repetición de dichas actividades, muestra una hiper-excitabilidad como consecuencia de los cambios hormonales propios de la pubertad.
Esto supone que, en la adolescencia, especialmente en sus primeros años, existe un claro desequilibrio entre el sistema mesolímbico de recompensa muy propenso a actuar en situaciones que puedan deparar una recompensa inmediata y un sistema prefrontal autorregulatorio que aún no ha alcanzado todo su potencial, y que tendrá muchas dificultades para imponer su control inhibitorio sobre la conducta impulsiva.
En aquellos casos de adolescentes que experimentan la pubertad muy precozmente, los riesgos pueden ser aún mayores puesto que la excitación mesolímbica consecuente a los cambios puberales coincidirá con una menor maduración del sistema cognitivo, ya que el desarrollo del córtex prefrontal sólo depende de la edad o de algunas experiencias intelectualmente estimulantes.
Alcohol, drogas y las conductas de riesgo en la adolescencia
Otro factor que se encuentra relacionado con la mayor incidencia de conductas de riesgo en la adolescencia es el inicio en el consumo de alcohol. Por una parte, va a verse alterada la capacidad del adolescente para evaluar los peligros potenciales de una determinada conducta y centrarse en los beneficios inmediatos. Y por otra, al tratarse el alcohol de un depresor del sistema nervioso, el adolescente que se encuentre bajo los efectos del mismo va a necesitar asumir un mayor riesgo para experimentar el mismo nivel de excitación que si no hubiese consumido alcohol.
Estas conductas son más frecuentes entre los chicos y, aunque pueden suponer factores de riesgos evidentes son también una oportunidad para madurar y aprender. Así, a pesar de las evidentes consecuencias negativas de estas conductas es básico tener en cuenta el papel de las mismas en el logro de la madurez adulta.
Si consideramos la adolescencia como una etapa de moratoria psicosocial, la experimentación con ideas y conductas, dentro de unos límites, sería un requisito para el logro de la identidad y de la autonomía personal, y tendríamos que admitir la idea del riesgo como una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento personal.
Algunos estudios longitudinales apoyan esta teoría de la moratoria y encuentran que conductas de riesgo, como el consumo moderado de ciertas drogas durante la adolescencia, están relacionadas con un mejor ajuste psicológico en la adultez temprana (Oliva, Parra y Sánchez-Queija, 2008; Shelder y Block, 1990).
Igualmente, es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de riesgos esté asociada a una menor incidencia de algunos problemas comportamentales y de salud. Sin embargo, también es bastante probable que esa actitud tan precavida conlleve un desarrollo deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad personal, la creatividad, la iniciativa personal, la tolerancia ante el estrés o las estrategias de afrontamiento (Oliva, 2004).
Entonces…
¿Cómo afrontar las conductas de riesgo en el adolescente?
• Teniendo en cuenta que muchas de las características de la asunción de conductas de riesgo son propias del tipo de pensamiento adolescente es importante hacer conscientes a los adolescentes de sus procesos de pensamiento y de cómo esos procesos pueden conducirlos a una serie de consecuencias negativas a largo plazo. Por ejemplo, puede ser muy eficaz ayudarlos a analizar algunas de las estrategias publicitarias, por ejemplo en el caso del alcohol o en los anuncios de coches, donde aparecen en primer plano los beneficios inmediatos de estas conductas de riesgo y una infravaloración del peligro a largo plazo, encajando por tanto las sutilezas publicitarias con las características cognitivas de los adolescentes.
• Otra estrategia para reducir estas conductas de riesgo consiste en dar a los adolescentes algunas alternativas más saludables para lograr los mismos objetivos que con las conductas temerarias, por ejemplo participar en competiciones deportivas, actividades novedosas o en deportes de riesgo. Estas actividades deportivas o de ocio, no sólo proporcionan excitación y activación fisiológicas, sino que permiten al adolescente sentirse competente y fomentar su identidad y autonomía.
Pautas de relación con los adolescentes
Las relaciones afectivas en la adolescencia
Uno de los aspectos relativos al afecto (entendido como cercanía emocional, apoyo y armonía) es la enorme continuidad que se observa en las relaciones parentofiliales durante la infancia y la adolescencia.
Es decir, los niños y niñas que sostienen intercambios cálidos y afectuosos con sus padres son también los que mantienen una relación más estrecha cuando llega la adolescencia.
A pesar de ello, de forma evolutiva, existe un relativo distanciamiento afectivo y comunicativo de los adolescentes (menor expresiones positivas de afecto, menor tiempo que padres e hijos pasan juntos, menos comunicación espontánea de los adolescentes,…) que, sin embargo, necesitan seguir sintiéndose queridos.
Demostrarles afecto verbal y físicamente es necesario para su desarrollo socioemocional y, además, es más probable que cuando existe un clima emocional favorable se produzcan menores problemas ante las estrategias de control parental.
Cómo conectar con los adolescentes
Se debe evitar el sermonear o referirnos siempre a nosotros cuando interactuamos con ellos “yo a tu edad, nosotros cuando éramos jóvenes,…”.
Sin embargo, el recordar cómo éramos y como nos sentíamos en esa etapa puede ayudar a conectar con los adolescentes.
Por ejemplo, es adecuado realizar ejercicios de autoconocimiento donde se respondan cuestiones del tipo:
• ¿Cómo era yo a los 13 años?, …a los 15 años?, …a los 18 años?
• ¿Cuáles eran las cosas me avergonzaban más?
• ¿Qué me inquietaba más?
• ¿Cuáles problemas físicos eran los que más me preocupaban?
• ¿Qué cosas me hacían sentirme impotente, dependiente?
• ¿Cuáles cosas me gustaban más a esa edad?
• ¿Quién era mi mejor amigo/a?
• ¿Qué hacíamos juntos?
• ¿Qué tipo de cosas provocaban discusiones con mi padre, con mi madre?
• ¿Cómo me sentía con mis padres y hermanos?
La comunicación con los adolescentes
La comunicación por parte de los hijos suele experimentar un ligero deterioro en torno a la pubertad ya que en esta etapa los adolescentes hablan menos espontáneamente de sus asuntos y en la comunicación dirigida suelen aparecer bloqueos e interrupciones que la dificultan.
Por parte de los padres hay que evitar errores de comunicación que suelen interferir en una adecuada comunicación parentofilial, entre ellos:
1. Dejar que el adolescente hable, que diga lo que piensa o siente, escuchar lo que dice, dejarle terminar. Es habitual que distorsiones cognitivas relacionadas con el papel adulto del tipo “ya sé lo que me va a decir”, “en todos los casos suele pasar lo mismo”,… bloqueen la comunicación interrumpiendo al adolescente sin dejarle terminar.
2. Darle importancia a lo que nos cuenta. Aunque los asuntos que les preocupan a los adolescentes puedan ser un asunto que para los adultos no tengan la menor importancia “no son más que tonterías, cuando sea grande se dará cuenta …”, el escucharlas con atención cuando intentan compartirlas con sus padres, valorándolas y dándoles importancia, permitirá que en un futuro el adolescente siga comunicándose. Si no se le da importancia, es probable que en el futuro no retome otra vez el tema. A los padres les interesa conocer (relacionado con el control y la supervisión) y a los adolescentes estas conversaciones les hacen sentirse importantes/comprendidos.
3. Evitar las relaciones de comunicación “desiguales”, es decir, aquellas en que el tiempo de comunicación entre interlocutores sea descompensado hacia el adulto (los sermones), lo que provoca que los adolescentes respondan retrayéndose o siendo exageradamente provocadores.
4. Las preguntas que comienzan con “por qué” o “qué has hecho” se deben evitar ya que generalmente son consideradas como críticas. Por ejemplo, en lugar de preguntar ¿qué has hecho? preguntar ¿qué ha pasado? Y en vez de preguntar ¿Por qué lo hiciste? se puede recabar información con preguntas del tipo ¿Crees que podrías haber actuado de otra manera?, ¿Cómo crees que hubieses reaccionado si…?
5. Controlar nuestros impulsos: En la comunicación con los adolescentes puede ocurrir que, como adultos, escuchemos cosas que no nos gustan (por ejemplo, que ha faltado a una hora de clase porque no tenía ganas de ir). En esos casos no hay que dejarse llevar por los nervios ya que una reacción impulsiva y no razonada puede hacer que la próxima vez no confíe y, por tanto, no exista un control/supervisión basado en la comunicación. En estos casos evitar los gritos, las amenazas, ordenarle lo que tiene que hacer,… y cuando se esté más sereno hablar con él/ella y explicarle qué es lo que no nos gusta. Tenemos que acostumbrarnos a que escucharemos cosas que no nos van a gustar, pero si nos dedicamos a sancionar su conducta de forma constante ponemos barreras de comunicación.
Manifestar empatía y comprensión hacia sus gustos, sus intereses
Es recomendable estar al día de los temas que le interesan a nuestros adolescentes: programas de televisión y series, revistas, juegos, etc.
Este conocimiento permite demostrar al adolescente que estamos interesados en ellos además que nos permite conocer las referencias que tiene y los valores e intereses que posee.
Es importante que se cultiven los espacios y relaciones sociales, al igual que se hace con los adultos, y así, por ejemplo, habilidades sociales que se utilizan con adultos como preguntas del tipo “¿qué tal estás?”, “¡vaya tráfico hay hoy!”, “¿has llegado sin problemas?”,… se utilicen también con los adolescentes adaptándolas a sus propios intereses, por ejemplo “¿a quién expulsaron ayer en ….?”, “¿sabes ya que ropa ponerte para…?”
Sugerencias de parentabilidad positiva con adolescentes
Afecto
• Pasar tiempo juntos
• Hablar de cosas que preocupen o interesen al adolescente
• Compartir con los adolescentes nuestros sentimientos y preocupaciones
• Confiar en ellos/as
• Tratarles con respeto
• Apoyarles en sus “pequeños” problemas
Comunicación
• Saber escuchar:
o Mirar a los ojos y mostrar atención.
o Evitar los sermones y críticas continuas.
o Usar el “qué pasó” en lugar del “qué hiciste”.
• Ser menos directivos:
o Ayudarles a explorar alternativas.
o Evitar sugerirles soluciones demasiado pronto.
Supervisión-control
• Establecer límites claros:
o Razonados, no arbitrarios y contando con ellos.
o Siendo firmes en lo esencial y flexibles en lo secundario.
• Equilibrado control con independencia:
o Evitando un control excesivo que no tenga en cuenta las necesidades del adolescente.
o Dejando que se equivoquen.
• Buscando alternativas al castigo y no usando nunca el castigo físico.
• Siendo consistentes en el tiempo, con la pareja y con los comportamientos.
• Aceptándolo/a como una persona:
o No tratándolo como un adolescente típico.
o Dejándole ser lo que ellos/as quieran ser.
Queda patente que la adolescencia es un periodo muy concreto en la vida de todo individuo que puede funcionar como punto de inflexión en muchos aspectos y características personales, por lo que, nos gustaría conocer tu opinión al respecto, en relación con lo comentado hasta ahora.
Un comentario
Actualmente curso mi primer semestre de preparatoria y en ella tengo una materia “prevención de riesgos en la adolescencia” la cual ha tenido un impacto positivo en mi vida puesto que me ha enseñado las consecuencias que puede propiciar entrar al mundo de las drogas o cualquier factor e riesgo en esta etapa de mi vida y por ello entiendo que debo empezar a concientizar desde este punto de mi vida y empezar a pensar en mi futuro.