No existe un consenso sobre la definición de exclusión social. Aunque se relaciona con términos afines como pobreza, desigualdad, inadaptación social, segregación, marginación,… tiene su propio matiz que los diferencia.
En la exclusión social, los sujetos marginados no tienen acceso o experimentan dificultades para acceder a oportunidades laborales, formativas, culturales o políticas en la sociedad en que viven.
No se trata tanto de una cuestión meramente económica, sino de procesos estructurales que afectan cada vez a más colectivos y desde muy diversos ámbitos: económico, laboral, formativo, sociosanitaria, residencial, relacional, participativo,… Así, en la concepción actual sobre exclusión social se ha superado la tradicional visión economicista donde se equipara pobreza con exclusión, más aún, si se acepta que la exclusión social no es un estado, sino un proceso que afecta de forma diferente a cada individuo, dependiendo de su potencial individual y del contexto social.
No toda exclusión social deriva de la falta de recursos económico, aunque la falta de recursos acentúe la posibilidad de caer en posiciones de exclusión. La pobreza no es una condición ni necesaria ni suficiente para considerarse excluido aunque a menudo lo acompañe
Por ejemplo y aún en sociedades con desarrollo económico similar, no es lo mismo ser pobre en el hábitat urbano que en el rural, ser pobre siendo hombre o mujer, ser pobre siendo autóctono o extranjero, ser pobre teniendo una discapacidad o sin tenerla,… Es decir, la exclusión social presenta una multidimensionalidad que va más allá de la dimensión recursos económicos afectando los factores de exclusión a diferentes ámbitos vitales.
La exclusión social es un fenómeno multidimensional, multicausal, estructural y dinámico que se define por un acumulación de déficits que se interrelacionan u se retroalimentan entre sí. Entre las propuestas más aceptadas se alude a siete dimensiones de la exclusión social:
- Económica
- Laboral
- Formativa
- Sociosanitaria
- Residencial
- Relacional
- Ciudadanía y participación
Recientemente se viene incorporando una octava dimensión: la exclusión digital o brecha digital.
En relación a mecanismos estructurales de producción de exclusión, cabe destacar la especial incidencia de:
- Las transformaciones del mercado de trabajo actual, sacudido por reconversiones industriales, la deslocalización industrial, la terciarización, la flexibilidad de las condiciones laborales, falta de expectativas en la continuidad laboral, que nos han hecho pasar de un modelo basado en el empleo estable a un modelo basado en la precariedad laboral
- La crisis de los Estados del Bienestar y la pérdida de poder administrativo por parte de los gobiernos. Los déficits de inclusividad del Estado del Bienestar han consolidado fracturas en la ciudadanía por la escasa presencia o regulación del sector público en determinados ámbitos y mercados de bienestar; especialmente en el del trabajo, la vivienda y el suelo, generando mayores dificultades de acceso y nuevas pautas de segregación social.
- El fenómeno social de la inmigración. La exclusión social remite al concepto de ciudadanía en la medida en que el estatus de ciudadano/a permite el acceso a los derechos civiles, políticos y sociales y otorga un derecho a la participación e igualdad.
- Las transformaciones de las realidades familiares, dónde tradicionalmente las familias han sido las cuidadoras de las personas mayores, personas con discapacidad física o psíquica, personas con enfermedad mental, menores…, ayudadas con redes de solidaridad ante las diferentes situaciones de necesidad, configurando durante décadas un ambiente de protección para las personas que por un motivo u otro tenían una dificultad personal o social.
Y la exclusión, como proceso dinámico, tiene que ver con la idea de proceso y no con una situación fija. Así, la exclusión social se trata de un itinerario que tiene un principio y un final y en el que se pasa por fases distintas, si bien no lineales: inicio, recuperación, deterioro, cronificación,…. La ubicación en una fase u otra vendrá determinada por el ritmo e intensidad de la acumulación de desventajas sociales, entendidas éstas como un alejamiento de las situaciones de integración. Así, se puede hablar de diferentes grados de exclusión:
- Vulnerabilidad, características no idiosincráticas que generan debilidad, desventaja o problemas para el desempeño y la movilidad social y que actúan como frenos u obstáculos para la adaptación a los cambiantes escenarios sociales, por ejemplo: la juventud, el género o la pertenecía a minorías étnicas.
- Precarización, remite a unas condiciones de vida de individuos o grupos que señalarían una relativa inadecuación respecto a los estándares medios de vida, por ejemplo: eventualidad en el trabajo, bajos salarios, dificultades en el acceso a la vivienda o falta de habitabilidad de la misma.
- Exclusión leve, moderada o grave.
Y, sin embargo, ante situaciones de riesgo o vulnerabilidad estructurales cada individuo actúa según sus propios recursos personales: posición social, estudios, vivienda, estado civil,… por lo que no van a existir dos trayectorias de exclusión idénticas. La exclusión es un proceso personal, único y aunque se pueden desvelar la existencia de múltiples causas (minusvalías, discapacidades, enfermedades físicas y mentales, adicciones de diverso tipo… ) que comportan riego de exclusión social éstas no afectan a todas la personas y colectivos por igual.