Anthony McAleer es el invitado a un nuevo episodio de Your Undivided Attention. Explica cómo fue su vida como extremista y miembro de la organización White Aryan Resistance, qué le hizo convertirse en un skinhead y por qué razón dejó de serlo. Junto a Tristan Harris y Aza Raskin tratan de entender los motivos que te hacen entrar en grupos ultras y qué papel tienen las redes sociales en la captación de nuevos miembros y promoción de ideologías radicales.
Puntualizan que Tony comparte su historia para comprender cómo el odio comienza a instaurarse en una persona y hasta qué punto puede llegar. El autor de ‘The Cure for Hate: A Former White Supremacist’s Journey from Violent Extremism to Radical Compassion’ asegura que él no perdió su humanidad, sino que traficó con ella a cambio de aceptación y aprobación hasta que no hubo nada más.
McAleer comenzó su andadura en estos grupos extremistas para sentirse parte de algo más grande que él mismo, para sentir que era igual de tenaz y respetable que sus camaradas, para seguir alimentando su ego y disfrutar de la seguridad que le proporcionaba ese entorno.
Confiesa que tuvo una buena infancia, a la que no quiere culpar de sus decisiones, al igual que a su privilegiada vida y educación. La espiral comenzó a girar cuando encontró a su padre con otra mujer. Sus notas cayeron en picado y, a pesar de los castigos físicos en el colegio y los esfuerzos en casa por revertir la situación, su escuela le invitó a irse.
Aterrizó en el ambiente punk inglés y se sumergió de lleno en él porque acompañaba a la rabia que venía cogiendo su mano desde años atrás. El movimiento skinhead al que se unió no comenzó a ser político hasta mediados de los 80, cuando escuchó la primera canción que puso las bases racistas del panorama que empezaba a combinar identidad e ideología: “White Power”.
En la última década, el 73% de atentados radicales pertenecen a corrientes de derechas, frente al 23% asignado al extremismo islámico y 3% al de ideologías de izquierda. Anthony McAleer afirma que “las ideologías existen en el ciberespacio y la gente entra y sale, pero ellas siempre permanecen ahí y no hay forma de quitarlas”.
Cuando comenzaron a ‘viralizarse’ los primeros movimientos extremistas, si querías informarte de ellos tenías que pedir un libro o radiocasete que podía tardar hasta un mes en llegar a tus manos, pero “con internet no hay embudo. Solo depende de tu habilidad para consumir información. Ahora puedes empaparte de una ideología en un fin de semana”, asegura el invitado.
Muchas de las barreras que antes existían para unirse a un movimiento radical han desaparecido. Ya no hay tiempos de espera, no tienes que conocer personalmente a nadie de la organización ni pasar tiempo con sus integrantes. El anonimato que ha promovido internet causa estragos que ponen los pelos de punta.
Un estudio de la Universidad de Maryland revela que hasta 2015 los criminales de extrema derecha que habían causado atentados estaban vinculados al movimiento por al menos un conocido. Ahora, estos terroristas no tienen ninguna vinculación humana a su ideología.
La ‘atrofia social’ que está impulsando la era tecnológica puede llevar a resultados tan devastadores como peligrosos. McAleer lamenta que “nunca hemos estado tan conectados y a la vez tan desconectados”. Plataformas como YouTube fomentan diseños que fijan los ojos del usuario a la pantalla, en lugar de conectarlos con los de otra persona.
El aislamiento y la aprobación social llegan a causar más sensación de aceptación y tranquilidad que un paseo charlando con un amigo. Y aunque planteándonos esto es muy probable que nos echemos las manos a la cabeza, es innegable que todos alguna vez hemos caído en esta dinámica y que las nuevas generaciones están asumiendo como ‘normales’. Comentan los tres expertos en el podcast que la ‘mala serendipia’ tecnológica puede exponernos a las cosas incorrectas en el momento erróneo.
El objetivo de frenar ideologías radicales nunca podrá hacerse a través de la censura porque esta solo llevará a que se cambie el canal de difusión, pero nunca a que desaparezca. McAleer ha impulsado el proyecto “We Counter Hate”, con el que perfeccionaron la inteligencia artificial para buscar e identificar tuits de odio y enviarlos a un humano que lo confirme o desmienta. Cuando se corrobora, el sistema emite una respuesta al tweet informando de que si se retuitea esa publicación harán una donación a Life After Hate.
El número de retweets descendió un 70%. Encontraron una forma de reducir la amplificación simplemente dando la sensación de que alguien estaba viendo. Ninguna de las personas que había detrás de esas publicaciones se atrevería a coger un micrófono en un estadio con 50.000 personas para gritar alguno de sus mensajes de odio, mientras que por el micrófono de Twitter no tienen problema en hacerlo.
El invitado propone “fomentar las comunidades locales. Es un problema global que requiere una solución por parte de toda la sociedad”. Estar educados para poder identificar y actuar cuando se detecten indicios de extremismo no garantiza su fin. No hay una fórmula magistral para acabar con las ideologías radicales pero quizás este sea un buen primer paso.
Anthony asegura que “si la gente está dentro por haber desconectado de su humanidad la solución no será cambiar sus ideas, sino sus relaciones con ellos mismos”. Y añade que “la vergüenza y la culpabilidad por haber llevado tus acciones o pensamientos al extremo deben combatirse con compasión”.
¿Crees que serías capaz de identificar si alguien de tu entorno ‘real’ está involucrado en movimientos radicales? ¿Y de tu entorno ‘virtual’? ¿Consideras que tienes las herramientas para ayudarle en caso de que pudieras reconocerlo? ¿Crees que el escenario tecnológico favorece las herramientas de liberación de estas ideologías? ¿O las de captación de reclutas para organizaciones extremistas? Cuéntanos tu visión en comentarios.
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