Si le preguntamos a distintas personas qué es un conflicto posiblemente nos darán definiciones distintas, al igual que las distintas disciplinas nos aportan visiones y enfoques diferentes. Pero a pesar de ello casi todos parecemos estar de acuerdo en que un conflicto entraña aspectos como disputa, problema, competencia, divergencia de puntos de vista, diferentes necesidades, etc.
Y, aunque ante un conflicto podamos tomar actitudes cooperativas o actitudes competitivas o adversariales, podamos resolverlos o prolongarlos, los consideremos destructivos o constructivos,… todos estamos de acuerdo en que la vida entraña, lo queramos o no, conflictos.
El dilema del prisionero
Hay dos acusados de asesinato: A y B. El fiscal quiere conseguir la máxima pena para ambos pero para ello necesita que al menos uno de los dos confiese.
Entonces idea un juego “perverso”, los aísla en celdas separadas y habla con cada uno de ellos independientemente proponiéndoles lo mismo: Puedes elegir confesar o no confesar, ahora bien:
– si ninguno de los dos confiesa la pena será leve, de cuatro años para cada uno.
– si uno confiesa y el otro no, el primero saldrá libre y el otro cumplirá la máxima pena: cincuenta años.
– si los dos confiesan la pena será de quince años para cada uno.Desde la perspectiva individual de cada acusado su mejor opción es confesar, ya que si su compañero no confiesa, él saldrá libre y si confiesan ambos cumplirán quince años. Si A no confiesa pueden ocurrir dos cosas: que su compañero B confiese, entonces él cumple la máxima pena, o que su compañero B tampoco confiese con lo que ambos cumplirían una pena de cuatro años.
Si los dos se comunicaran, podrían ponerse de acuerdo en elegir la mejor opción para ambos: NO CONFESAR. Pero ninguno sabe lo que va a hacer el otro (¿es un traidor?, ¿puedo confiar en él?, ¿quiero arriesgarme a pasar mi vida en la cárcel?, ¿soy yo un traidor?, ¿me conformo con cuatro años de cárcel o apuesto por la libertad?, ¿me castigará mi compañero si lo delato?, ¿es una trampa del fiscal?….)
Si ambos eligen la estrategia de confesar, en realidad quien gana es el fiscal y ambos pasarán quince años en la cárcel. Pero, si uno quiere jugar pensando en la mejor opción para ambos (no confesar) y el otro juega pensando en él sólo se arriesga a “hacer el primo” y perderlo todo mientras su compañero sale libre.
El dilema presentado es un “juego” proveniente de la teoría de los juegos, desarrollada originariamente por un matemático y un economista (aproximadamente en los años 60) para el cálculo de probabilidades.
Puede parecer que el dilema del prisionero no es más que un pasatiempo matemático, sin embargo, las dos principales actitudes que podemos asumir al manejar los conflictos: cooperativa o adversarial, quedan ejemplificadas además de ayudarnos a conceptualizar un término tan polisémico como conflicto. El término conflicto no posee una definición única y clara, existiendo tantas definiciones de conflicto como autores y disciplinas intentan definirlo.
Hasta ese momento existía una distinción entre lo que se entendía por conflicto interno o psicológico y lo que se entendía por conflicto social y a partir de entonces, el conflicto se empieza a estudiar desde un punto de vista unitario conceptualizándose los conflictos en base a dos características:
- los conflictos implican partes que son interdependientes y
- el comportamiento ante el conflicto implica costes y beneficios para los implicados.
El conflicto ejemplificado en el dilema del prisionero es el denominado como conflicto total no cero o conflicto de motivos variados y sirve para ilustrar la mayoría de los conflictos de la vida humana en los que las alternativas, los motivos, las situaciones, las presiones, las posibles soluciones… son mucho más complejas que en los llamados conflictos de suma cero, que serían aquellos que se definen por presentar sólo dos posibilidades, ganar o perder y en los que lo que uno pierde es lo mismo que lo que el otro gana.
Un ejemplo de conflictos de suma cero sería una partida de ajedrez donde uno gana la partida y el otro la pierde (a menos que hagan tablas) pero y, en un caso tan sencillo como éste solo sería de suma cero si el conflicto se aislara de consideraciones humanas porque ¿acaso es lo mismo jugar con tu hijo pequeño para enseñarle (a lo mejor conviene dejarle ganar), que competir en un torneo, que jugar con el ordenador para aprender o pasar el tiempo?, ¿qué nos estamos jugando realmente?, ¿qué nos motiva?…