“La gente tiene resistencia a los cambios” es una de las frases más típicas cuando se plantean cambios en las organizaciones y, cuando se alude a cambios personales la “resistencia a salir de nuestra zona de confort” es uno de los temas que más se escuchan.
Todo parece indicar que, en efecto, el ser humano tiene una resistencia “natural” al cambio existiendo una inclinación natural hacia la seguridad y la comodidad que solamente las condiciones “conocidas” pueden ofrecer.
Pero, ¿tiene realmente el ser humano una resistencia natural a los cambios? ¿estamos programados genéticamente para resistirnos a los cambios o es más bien un tema cultural?
Si nos atenemos a los estudios llevados a cabo desde la psicología sabemos que la resistencia al cambio parece ser un comportamiento universal, transcultural y transtemporal, es decir, este comportamiento se ha registrado en todas las culturas y épocas y, aunque la resistencia al cambio que presenta cada individuo es diferente dependiendo, en gran medida, de las experiencias previas y la capacidad y disposición que se posea, se han estudiado sesgos cognitivos que influyen decisivamente en esta aversión al cambio.
Los sesgos cognitivos son unos efectos psicológicos con consecuencias afectivas y conductuales (hacen que nos sintamos y que actuemos de forma específica) provocados por una alteración en el pensamiento y el razonamiento que nos llevan a tomar conclusiones ilógicas, juicios errados o interpretaciones incoherentes en base a la información de que disponemos.
Los sesgos cognitivos son considerados una necesidad evolutiva ya que nos permiten emitir juicios rápidos ante determinados problemas o situaciones que resultarían imposibles de procesar sin sobrecargar de forma continuada al cerebro.
El sesgo funciona como un mecanismo que, aunque es cierto que nos puede llevar a equivocaciones, también nos permite decidir más rápido o tomar una decisión intuitiva cuando la situación no permita su escrutinio racional.
Así, se denomina como Status Quo el sesgo cognitivo que implica que prefiramos que las cosas permanezcan como están. La procastinación y la inercia también se mezcla con el sesgo status quo y así, no importa tanto si el cambio supone pérdidas o ganancias ya que, nuestra mente nos ata a la opción actual que es la que menor esfuerzo nos requiere.
Aunque los cambios podrán ser buenos o malos, el sesgo status quo, que se activa de forma automática y casi sin darnos cuenta, no nos permitirá interpretar adecuadamente la información que recibamos haciéndonos ver más claramente los beneficios de mantener la situación tal y como está en ese momento que los beneficios del cambio lo que hace que, en muchas de nuestras decisiones se pierdan beneficios potenciales asociados al cambio.
Otro sesgo cognitivo que apoya la resistencia a los cambios es el sesgo de Aversión a la Pérdida. Las personas, cuando contemplamos un cambio, tendemos a poner mayor énfasis en el potencial de pérdida que en el potencial de ganancia. Así, al considerar diversas opciones de elección nos enfocamos más en aquello que podemos perder que en aquello en que nos podríamos beneficiar, incluso en los casos en que las ganancias potenciales superan a las posibles pérdidas.
Por ejemplo, imagínese que viene un amigo y le ofrece la siguiente apuesta tirando una moneda al aire: si sale cara pierde 10 euros y si sale cruz gana 15 euros ¿Aceptaría jugar? ¿Qué evaluamos antes de tomar una decisión?
Aunque el valor esperado de la apuesta es claramente positivo: ante una probabilidad de ocurrencia del 50% de ambos resultados racionalmente se puede concluir que podemos ganar más dinero de lo que podríamos perder con lo cual la apuesta es conveniente. Pero, ¿qué nos pasa emocionalmente cuando nos toca tomar la decisión de jugar o no? Debemos comparar el efecto psicológico del beneficio de ganar 15 con el costo de perder 10 y, las investigaciones nos dicen que la mayor parte de la gente decide no participar en la apuesta ya que las respuestas emocionales del sesgo son más frecuentes que las que conllevan una evaluación racional de la situación.
La Mera Exposición o la tendencia a preferir las cosas simplemente porque son familiares, también juega un importante papel en la resistencia a los cambios. Así, se ha comprobado que las personas preferimos palabras, rostros, imágenes e incluso sonidos porque estamos más acostumbrados a ellas o que, por ejemplo, cuanto más menudo una persona es vista por alguien, más agradable y simpática parece ser esa persona.
El efecto de mera exposición no depende de la experiencia consciente de familiaridad y así, se ha observado en experimentos relacionados con la publicidad subliminal que los individuos prefieren palabras o fotos mostradas con anterioridad aunque, la velocidad a las que fueron mostradas fuera tal que no les permitía ser conscientes de haberlas vistos anteriormente.